Regresé a mi querida ciudad. Tenía más de una década en no pisar su suelo. Ya la extrañaba. Fue un corto viaje en avión de tres horas. ¡Tres horas! Cuando pienso en lo corto que es el viaje me pregunto porque no voy más seguido. Porque es que me niego la oportunidad de recorrer esas calles tan bonitas que vieron mis ojos tapatíos.
Encontré sus calles presumiendo su historia y su presente con gente amable que regalaban un saludo al verme pasar. Me sentí parte del ambiente, como si reconociera la huella que algún día deje cuando me marche. Mi ciudad me daba la bienvenida a través de los cantos de un mariachi, mientras mi paladar se despertaba por los sentidos del tequila que raspaba mi garganta y callaba el llanto que estaba a punto de estallar de la emoción al sentirme tan querida por mi tierra y por mi gente.
En mi primer paseo fui a visitar la Pirámide arqueológica de Guachimontones. Al oeste de la ciudad en donde se encuentra el pequeño municipio de Teuchitlán. Un municipio que abre sus puertas para dar la bienvenida a los turistas que llegan a recorrer la Pirámide circular de Guachimontones. Las pirámides escalonadas son únicas en el repertorio Mesoamericano y no se han encontrado estructuras similares en ningún lugar. De todas las veces que visité a mi tierra, esta era la primera vez que recorría la zona arqueológica. Al tope del recorrido visualicé la esplanada de Teuchitlán, la torre de su iglesia y su colorido pueblo. En su momento destallaba el sol resplandeciente, ilumina un cielo azul abrigando a los verdes campos, respire ese aire puro mientras que con los ojos cerrados intentaba grabar en mi mente el paisaje tan bello que tenía frente a mí. Que bonitos se veían los campos, en donde los magueyes hacían lujo de presencia. Antes de salir del área, llegue a un pequeño restaurante en donde disfrute un delicioso tejuino. El tejuino es una bebida fermentada de maíz, muy mexicana, es más, la bebida es una herencia de los huicholes quienes la tomaban solo en los eventos sociales. Y yo allí, sentada mirando a lo lejos a Guachimontones, disfrutando en una taza de barro un delicioso tejuino.
El viaje no solo era para visitar a mi ciudad, sino también para saludar a mi familia quienes tenía también mucho tiempo sin verlos. Gracias a mi familia, recorrí los puntos que seguiré describiendo, pero para efectos de esta historia, seguiré escribiendo en primera persona. La familia me esperaba en la casa de campo. Una casa frente a la Presa Valencia, cerca de San Isidro Mazatepec. La casa sentada frente a la presa vestía paredes blancas y se rodeada de jardines, en el patio trasero visualizábamos la presa, en donde sentados disfrutamos de unas tortas ahogadas preparadas especialmente para la visita. Sentí el tierno abrazo de los tíos y primas que me recibían con un enorme gusto. Sentir su cariño me llenaba de un sentimiento inexplicable y de nuevo ahogaba el llanto provocado por la emoción. Me sentí aún más emocionada cuando descubrí que esa presa era la favorita de nuestra abuelita. Y allí nos encontrábamos, haciéndole honor a nuestra bella abuela, quien fue el cimiento de nuestras raíces.
Ir a Guadalajara y no pasar por Tonalá sería una grosería. Sobre todo, porque soy amante de la artesanía. Tonalá, un municipio fundado por indígenas zapotecas, su nombre en náhuatl significa “lugar por donde el sol sale,” es la cuna de la cerámica. En Tonalá se trabaja la cerámica, el hierro forjado, papel mache, vidrio soplado y muchas más artes manuales. El tianguis exhibe las mejores artesanías tradicionales de barro, muebles rústicos de equipal, huaraches hechos de cuero, vestidos artesanales y un sinnúmero de actividades alfareras. Cuesta trabajo despejar los ojos de tantas cosas bellas.
Tequila es la ciudad conocida internacionalmente por su bebida. La ciudad esta rodeada de campos de agave, la planta que produce el tequila. El nombre del Tequila proviene del náhuatl y significa “lugar de tributos,” y se convirtió en un “pueblo mágico” gracias a la fama de la bebida. Las principales tequileras abren las puertas al turismo para presentar su elaboración y su cultura. Mientras recorría sus calles empedradas de un estilo clásico colonial, admiraba las casas y negocios de altos techos con puertas y ventanales de madera trabajada y decoradas con piedra, disfrute de un tequila preparado con jugos de fruta en un jarro de barro. Ví como los turistas se paseaban en carros convertidos en barriles, bañándose de los rayos del sol que penetraban por sus ventanas. Definitivamente me encanto visitar a la ciudad de Tequila y disfrutar del encanto que ofrecen sus calles.
El municipio de Chapala se ubica junto al lago del mismo nombre. Pasee por la ribera de Chapala y por el “Rinconcito de Amor.” La tranquilidad de la ciudad es contagiosa, mientras recorría sus calles percibí una paz interna. La ciudad ofrece una variedad de restaurantes que cuesta trabajo decidirse por uno. La mayoría de sus restaurantes están al aire libre y uno puede disfrutar del clima y la naturaleza. Después de un par de horas pasé a visitar a Ajijic. En la lengua náhuatl, Ajijic significa “Lugar donde brota el agua” o “Lugar donde salpica el agua.” Una bella ciudad de calles empedraras y residencias coloniales. Ajijic es una comunidad urbana paraíso para habitantes extranjeros quienes se mudan a disfrutar su pensión. Estos extranjeros amantes de la tranquilidad se sienten privilegiados porque les rinden sus dólares.
Mi bella ciudad está rodeada por muchos templos. Uno de los templos al que es obligatorio visitar es el Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento. El templo de estilo neogótico es considerado la máxima obra en su estilo en La República Mexicana. Su construcción comenzó el 15 de agosto de 1897 y terminó 75 años después en 1972. El reloj alemán ilumina por la noche y cada hora y en la hora la peregrinación de pequeños santos sale a saludar. Durante una corta caminata percibí el rico olor de los churros y fritanga que venden en puestos colocados a un costado del templo. Justo detrás del templo, disfrute distinguir el potente Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara. Un bello edificio que expone elementos ornamentales relacionados con el ecléctico francés en su fachada y adentro guarda murales de José Clemente Orozco. La noche que caminé por esas calles amenazaba la lluvia con llegar y entonces recordé que mi tierra es conocida por su olor a tierra mojada. Espere con ansia la lluvia para percibir su olor, pero el olor de churros y donitas fritas era más fuerte que el olor de la tierra.
A propósito, deje la visita a Tlaquepaque para casi el final. San Pedro Tlaquepaque es un municipio alfarero. Tlaquepaque significa “Lugar sobre lomas de tierra barrial” o “Lugar de barro.” El Puente Artesanal da la bienvenida a sus visitantes. Similar a Tonalá, Tlaquepaque es un municipio en donde se elaboran artesanías, papel mache, vidrio, latón, alfarería, hilados, barro, piel y madera. Tlaquepaque luce sus galerías de arte sobre la Avenida Independencia y no solo eso, se distinguen restaurantes decorados con el arte que promueven. Es un municipio lleno de color, folklor, tradición, talleres y atractivos turísticos. Además, se escuchan las voces de los mariachis en los restaurantes y en el Parían. Y allí quise pasar una tarde con mi familia, en un restaurante en donde sirven el tequila en cazuelas de barro con jugos de fruta y el mariachi aparece ofreciendo su canto alrededor de las mesas. Pedí que me cantaran “Guadalajara” “La Bikina” y algunas canciones más. Elegí la canción de La Bikina para homenajear a mi papá, a quien le encantaba escucharla. Mientras el mariachi tarareaba la letra de la canción, las lágrimas recorrían mis mejillas, porque en esos momentos la emoción y el sentimiento de felicidad de estar rodeada de mi familia en uno de mis lugares favoritos me embriagaban más que el mismo tequila. Fueron momentos que por siempre guardare en mi corazón, sobre todo ver a mi esposo dedicándome canciones que solo el sabe cuánto me gustan.
El ultimo recorrido fue precisamente el centro de Guadalajara. Allí, paseándome en una calandria recorrí sus calles coloniales. Después caminé hasta llegar a la Catedral y seguí por la plaza Tapatía hasta el Teatro Degollado. A lo largo de la peatonal se distinguen edificaciones y monumentos que fueron construidos hace más de cuatro siglos. Mi bella Guadalajara, conocida como la perla tapatía, me recibió con los brazos abiertos, como a la hija se fue un día y por fin regresa para darse cuenta como sus calles, sus flores, sus pueblos mágicos, sus cimientos se han embellecido por su gente, sus trotes, su olor a tierra mojada.
Este viaje ha sido el viaje más significativo de mi vida porque volví a mis raíces y sentí que se despertaron las emociones que habia callado durante todos estos años que estuve ausente. Porque pise el suelo que me vio nacer y escuche su voz latente diciéndome que siempre me iba a esperar con los brazos abiertos.
Subí al avión que de nuevo en tres horas me regresaría a mi hogar. Mientras por la ventana me despedía de mi bella ciudad, mi esposo buscaba mi rostro que ocultaba para que no descubriera mis lágrimas. Siempre que visito mi tierra me encuentro con este mismo sentimiento al despedirme, creo que por eso evito visitarla con mayor frecuencia, aunque solo sean tres horas de camino. Ningún aeropuerto, ningún avión me provee el mismo efecto. De ninguna parte regreso cargada de recuerdos que después viviré viendo las fotografías que me ayudaran a no olvidar a mi bella Guadalajara.
Gracias a mis primas y a mis tíos que nos pasearon y nos acompañaron en este viaje. Gracias por sus atenciones y los buenos momentos que pasamos.
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